Zentencias, cicutas literarias y otras ocurrencias

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  • De poetas abogados que escriben
  • Por Sigifredo E. Marin

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Un familiar me llamó para invitarme a presentar un libro de un amigo muy querido por él. No me podía negar. Era uno de esos compromisos familiares que uno asume sin pena ni gloria, pero que sabe que tiene que hacer por alguna razón, así cuando eres niño y sabes que aunque brócoli y ensalada sabe a rayos tienes que comértela por saludable y si no ahí está tu mamá para recordártelo, no, no fue esta vez el caso. Sin mayor expectativa, comencé a leer un libro de poesía escrito por un abogado notable, Genaro González Licea, titulado El silencio y la sombra; y la encomienda se ha transformado en una degustación literaria; la edición es modesta en el formato de bolsillo. Aquí comparto algunas zentencias, cicutas literarias y otras ocurrencias que me ha suscitado el libro en cuestión. El silencio y la sombra como bien se sugiere en la presentación del mismo es un canto al dolor de la indigencia, a la imposibilidad y errancia sin fin, a los amores y desamores: desamarres y desmanes de la existencia que nos consumen y consuman, nos agotan, nos hacen desfallecer y fallecer, pero también nos dan la potencia para afirmarnos más allá del dolor. Pundonor de la existencia misma. Como dice el libro “La indigencia habita en las entrañas y en la desgarradura de ser hombre”. El poeta abogado cultiva esa rara simbiosis entre el derecho y las letras que gente notable como Velarde y Justo Sierra, entre otros muchos, ya habían generado en este país una venerable tradición. Nos regala, en un librito que podría ganar mucho y ser magistral si se trabajara aún más y, como ha dicho Eduardo Chillida, respecto a una buena escultura, únicamente se trataría quitarle lo que le sobra para que el vacío habite plenamente la obra. Podemos apreciar que algunos poemas requieren ese oficio de costurera que es la cocina literaria de la re-escritura –según el dictamen venerable Alfonsino. Empero, quizá los errores e imperfecciones den cuenta de la filosofía vital de un poeta que se asume en la encrucijada de una existencia errática y errante: “Desierto donde habita un ser sin sepultura”. Desierto de la existencia como desnudez radical, como una herida interna que nos retrotrae a la miseria más extrema. Y la miseria puede ser la perpetua sensación de habitar en el vacío completamente vacío bajo la condición de los mortales. Los mortales son y somos indigentes y penitentes. Vivimos y nos desvivimos en el misterio de la inexistencia comprobada. Por eso el poeta grita:

Sigo errante.

Incompleto de una parte de mí que desconozco.

Sigo solo con la tristeza al lado de mi piel mojada.

Camino sin encontrar camino.

Nuestro encuentro y desencuentro nos desnuda.

El desamparo nos une y nos desune.

Al igual que los poetas orientales, el bardo camina en la neblina y se escurre entre la hierba como árbol olvidado. En algunos fulgurantes momentos hay poesía plena, aunque sean escasos y excepcionales instantes, pero la hay, que es lo importante; pues triste y lamentablemente he leído más de un autor renombrado en cuya obra no encontrado ni una línea verdaderamente poética; hoy en día se escribe y se publica mucha basura, afortunadamente no es este el caso. El poeta nos proporciona una linterna para adentrarnos en los meandros de la oscuridad laberíntica e interminable que nos constituye como seres efímeros, y sin embargo, su palabra poética queda.