Hace 70 años se encontraron los restos de Cuauhtémoc

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Por José Antonio Aspiros Villagómez

 

Para mi tía Rosalía Aspiros Olivera, quien partió a la edad de 109 años.
Descanse en paz.

RedFinancieraMX

Los restos de la maestra y arqueóloga zacatecana Eulalia Guzmán Barrón (n. 1890) fueron sepultados el 2 de enero de 1985 en el panteón Francés de San Joaquín. Y sí son los suyos esos restos, a menos que también les nieguen autenticidad como a los del tlatoani azteca Cuauhtémoc, encontrados por ella hace 70 años, cumplidos el jueves pasado.

El 26 de septiembre de 1949 tuvo lugar ese hallazgo en el poblado guerrerense de Ixcateopan, cerca de Taxco, y, como ha ocurrido no pocas veces con un acontecimiento científico e histórico, hubo una polémica al cabo de la cual se impuso la versión oficial: esa, no era la osamenta del rey mexica.

Dos comisiones oficiales nombradas para validar la autenticidad de los restos de Cuauhtémoc fallaron en contra y, según testimonios de los dictaminadores José Antonio Aguilar Rivera y Karl E. Meyer, “la hostilidad de ciertos periodistas fue vociferante”. Uno de ellos dijo que “nos describieron como una pandilla de traidores y en varios periódicos llegaron al extremo de exigir que se nos fusilara”.

Muchos años después, una tercera comisión avaló aquel veredicto adverso a pesar de que, durante una comida que en 1976 ofreció a sus integrantes el entonces gobernador de Guerrero, Rubén Figueroa, les advirtió que “esperamos que hagan pronto su trabajo y digan que aquí está Cuauhtémoc para que puedan regresar a la capital, pero con cabeza”.

La amenaza fue citada en la revista Arqueología mexicana por el maestro Eduardo Matos Moctezuma, miembro de aquella comisión oficial, en tanto el Gobierno de Guerrero dijo en su página web que en Ixcateopan “fueron exhumados los restos de Cuauhtémoc (…) aunque algunos estudios han puesto en duda la autenticidad de los mismos”.

Pero aquel hallazgo, que según los antropólogos no fue de Cuauhtémoc, sino de huesos de ocho individuos y un cráneo femenino, “enmarcaba estupendamente la llamada ‘doctrina de la mexicanidad’ del presidente (Miguel) Alemán” -quien gobernaba al país en aquel 1949-, como escribió José Agustín en su Tragicomedia mexicana 1 (Planeta, 1990).

Al respecto, el maestro del Centro de Investigación y Docencia Económicas, José Antonio Aguilar Rivera, consideró que si bien Cuauhtémoc tiene un lugar “indisputable” en el “panteón de héroes nacionales”, también tuvo “una peculiar función terapéutica” en la época del nacionalismo revolucionario.

En septiembre de 2001 la revista Nexos dedicó su número 285 a ‘Los cuentos de hadas y la historia patria’, y Aguilar Rivera escribió allí lo anterior y agregó que, mientras para el “nacionalismo oficial, revolucionario, xenófobo, indigenista, optimista y populista”, el rey azteca fue “una pieza central”, los conservadores católicos lo rechazaron.

Citó el caso de José Vasconcelos, para quien “Cuauhtémoc era sólo un mito inventado por los historiadores extranjeros y protestantes”. Es preciso recordar que Vasconcelos no consideraba a las culturas originarias como parte de la historia de México.

En El saqueo del pasado (FCE, 1990), Karl E. Meyer sostiene que “por medio de la alquimia del tiempo, (Cuauhtémoc) se ha convertido en el símbolo nacional de resistencia al imperialismo europeo”, y “la controversia sobre la autenticidad de los huesos fue una disputa tanto política como académica”.

Tal vez por ello, la segunda comisión investigadora de los restos rechazó su autenticidad, pero rindió homenaje al prócer azteca en el monumento que en su honor inauguró en 1887 el presidente Porfirio Díaz sobre el Paseo de la Reforma de la Ciudad de México. Y más tarde, esa misma comisión negacionista dispuso que se hiciera otra estatua en Ixcateopan, para que no pasara inadvertido el hallazgo.

La palabra Ixcateopan significa “aquí está tu señor de mucho respeto”, y por ello desde 1529 lleva ese nombre el lugar que antes se llamaba Zompancuahuithli, pues fue entonces -hace 490 años- cuando llegaron allí los restos de Cuauhtémoc y fueron sepultados, dice el sitio web oficial de Guerrero, “bajo los escombros del templo mayor indígena, donde se construyó la primera iglesia católica”.

Pero “a partir de los dictámenes adversos a sus investigaciones”, la maestra Eulalia Guzmán (1890-1985) “sufrió una especie de ostracismo intelectual que la relegó virtualmente del ámbito académico”, según testimonio de la maestra Blanca Jiménez, del Instituto de Investigaciones Antropológicas de la UNAM.

Empero, “como muestra encomiable de su tenacidad, continuó con sus investigaciones en archivos”, escribió Jiménez en la revista Actualidades arqueológicas de julio-agosto de 1997.

Todavía a principios de los años 70 del siglo pasado, doña Eulalia iba a la Biblioteca Nacional de Antropología e Historia “con un voluminoso portafolios bajo el brazo y sus gruesas gafas, con un caminar cansado pero altivo, quizás sabiéndose todavía centro de una polémica que aún subsiste pero, también, con la conciencia de sus innegables aportaciones a la antropología mexicana”, refirió la investigadora.

Una calle de Ixcateopan donde se encuentra el palacio municipal lleva el nombre de Eulalia Guzmán, mientras Cuauhtémoc es venerado no sólo en esa población, sino además en Candelaria, Campeche, y en Tenosique, Tabasco, donde también aseguran tener pruebas de allí se encuentran los verdaderos restos.