- Por Miguel Ángel López Farías
RedFinancieraMX
La memoria tiene sus plazos, de cortos a medianos o largos alcances, y hoy se ejercita por medio del miedo, recordar lo que hace dos años sucedió, o lo que hace más de 34, la fractura se dio no solo en el subsuelo, sino en la piel de millones de nosotros, a dos generaciones diametralmente opuestas nos ha tocado el negro telón de la desgracia…
Éramos muy pequeños en el 85, éramos adultos en el 17, para los que no habían nacido, de los 30 para acá, les ha tocado el duro bautizo de fuego de lo que es sentir que las rodillas se te doblan…que la boca se seca, que el corazón pega en las sienes bajo un bombeo de adrenalina y estado de alerta…
Hay muchas maneras de definir las reacciones, pero solo una tiene raíz: el miedo, la fragilidad que nos da el miedo.
Y los resultados de esa sensación nos arrojan a actos heroicos, de corte poético…a toda esta sociedad nos ha tocado la fuerza de las redes y su brillante impulso por coordinarse, y que a diferencia del 85, la capacidad de la gente se tradujo en una orquesta de brazos, de voces y de puños en alto invocando el silencio para que los rescatistas hicieran lo suyo, para aguzar el oído y detectar el mínimo ruido debajo de los escombros.
Vaya manera de despertar para todos, y sobre ello quiero descansar este comentario: las desgracias, los desastres nos han elevado a rangos de un humanismo que pocas veces se ve, los alcances de la conciencia son infinitos y la capacidad de dar se convierte en una acción natural, automática, como pocas veces, el prójimo se convierte en hermano, el vecino en amigo, el herido en un ser que debemos cuidar, nadie descansa y todos arman un vals de acciones llenas de brillo…
Existe un manto de misticismo que conmueve y provoca que otras naciones, como los japoneses, o los alemanes nos miren con asombro por la capacidad de reacción y de solidaridad entre los mexicanos…
La división deja de ser el discurso de todos los días y le damos puertas abiertas a un campo de ayuda que provoca las lágrimas…pero todo esto es detonado por la acción de una tragedia, y no tendría que ser así, nunca el dolor como pólvora para generar la detonación del ser mexicano, pero así somos y tal parece que en algún punto del universo se nos ha insistido en que aprenderemos desde la dura universidad de las tragedias, de la muerte y sus miles de rostros…
Los mexicanos, todos, somos los fieles asistentes a un espectáculo de sangre, sea esta por que convirtieron a este suelo en un cementerio clandestino , o porque una escuela se vino abajo sepultando a un grupo de niños…
Tezcatlipoca jamás había trabajado tanto, ni cuando se ofrecía la vida de cientos en ceremonias a Tlaloc o Huitzilopochtli, solo ha variado la manera de ofrecer la sangre…
Sea ahora o hace seis siglos.
Vivimos para morir, eso es cierto, pero en el trayecto vamos abandonando la calidad del como llevamos el día a día…lo sé, este espacio normalmente se dedica al análisis de esa cosa llamada política, sus profundidades y consecuencias, pero siendo estrictos, la gran mayoría de nuestros males derivan de actos que de manera irresponsable o inconsciente efectuamos, y que si bien hemos ido avanzando en prácticas como la democracia y la capacidad de elección, es justo señalar que llevamos tiempo en un constante abandono de lo que debería significar “ser buen ciudadano”, ahí nos debemos mucho terreno, comportándonos a ratos como una masa indolente y desapegada a la construcción de un mejor país.
No diré nada nuevo, pero la historia se ha empeñado en gritarnos que la gran mayoría de nuestros males tiene por origen la falta de conocimiento por parte de esta sociedad y que las huellas de la mendicidad y del esperar que los milagros vengan con la llegada de un nuevo tlatoani se convirtió en uno de los mayores lastres…
México nunca vera un horizonte distinto si no adquirimos la mayoría de edad intelectual, lo resumiré de esta manera: lo que en lo cotidiano no aparece, tal como debería ser con un cumulo de mejores conductas por parte de todos, la naturaleza y sus sacudidas lo consigue, solo que el precio que pagamos por hacernos “hermanos” y solidarios es muy alto para todos.