Textos en libertad

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  • Recuerdos de una visita a Machu Picchu
  • Texto José Antonio Aspiros Villagómez

 RedFinancieraMX

(Segunda de dos partes)

         Se cumplieron 40 años de que funcionarios de la agencia mexicana de noticias Notimex, visitamos Perú para firmar convenios de intercambio con los órganos periodísticos del gobierno castrense de ese país: el Sistema Nacional de Información (Sinadi) y la agencia Andina.

         Aparte de las actividades oficiales, fuimos obsequiados con viajes a lugares importantes de ese país andino. Rescatamos en la entrega anterior de Textos en libertad aspectos de la visita a Nazca tal como fue escrita para el número 131 de julio y agosto de 1979 de la revista bimestral En Todamérica, y esta es la parte final del relato, con algunas mejoras:

Después (de Nazca) nos llevaron a Machu Picchu, en el Departamento de Cuzco (los peruanos prefieren Cusco, no Cuzco, para referirse a la “capital histórica” de su país, y hay una polémica gramatical al respecto). Nuestra visita ocurrió una semana después del Inti Raymi, o Fiesta del Sol, en Saqsaywaman, a la que asisten miles de turistas extranjeros y consiste en ofrecer al astro rey las entrañas de una llama sacrificada para que, después, el Willac Uma o sacerdote sagrado, anuncie que habrá un buen año agrícola.

Hicimos el viaje desde Cuzco en un tren antiquísimo de un solo vagón, con una incómoda y tosca palanca de velocidades, que subió la pendiente montañosa en forma de zigzag, ayudado por engranes para “agarrarse” de los tramos inclinados de la vía. Luego se desplazó por una llanura con variados paisajes tales como montes nevados, pendientes, vegetación, cosechas, llamas e indígenas con ropaje típico, hasta llegar al cabo de tres horas al pie del cerro Machu Picchu, donde un autobús nos subió -media hora más de trayecto- a la zona arqueológica.

Controlan a depredadores

La única posibilidad de hospedaje que hay en Machu Picchu es un albergue con 28 camas y restaurante, desde donde se dominan la estación de tren y el río Urubamba, 400 metros abajo.

No hay más acceso a este “santuario de la humanidad” -como fue calificado por don Pedro Ferriz, director de Notimex y jefe de la comitiva mexicana- que un tren (no el especial que nos llevó) con capacidad para unas 500 personas y que sólo hace un viaje redondo al día, razón por la cual no hay riesgo de que grandes cantidades de paseantes -potenciales depredadores- visiten al mismo tiempo la zona.

De este modo seguirá siendo posible preservar por mucho tiempo más al Machu Picchu misterioso de cuyo origen y utilidad se han formulado diversas hipótesis, desde que fue una fortaleza o una cárcel, hasta que fue un centro vacacional de los incas.

Abundan en el lugar las escaleras de piedra, restos de construcciones hechas con muros ciclópeos y terrazas destinadas a la agricultura.

Los arqueólogos han bautizado los edificios con los nombres convencionales que usan en todas las zonas arqueológicas de América: casa de los sacerdotes, plaza sagrada, templo de las tres ventanas, barrio de los intelectuales, etcétera.

Un museo vivo

Las terrazas, que los peruanos llaman andenes, fueron construidas por los incas colocando primero una base ciclópea, encima una capa de canto rodado, luego arcilla, una capa de tierra, otra de pescado y finalmente una más de tierra arable de aproximadamente 120 centímetros de espesor.

De este modo evitaban el desperdicio de agua y lograban óptimos resultados agrícolas dada la fertilidad obtenida con ese sistema.

Actualmente algunos grupos de sobrevivientes incas habitan en las casas que sus antepasados construyeron, con las mismas costumbres que aquellos, rodeados de llamas y asnos, sin que la civilización moderna los afecte en lo absoluto.

Son, en cierto modo, un museo viviente de antropología que los peruanos también se esmeran en conservar, lo mismo que sus ruinas de Machu Picchu, de las cuales se sienten orgullosos, pero no detentadores. Son joyas de la raza humana que ésta debe conocer, admirar y proteger.

Durante nuestra estancia en Perú, don Pedro Ferriz escribió el siguiente poema, en el que plasma su tesis esotérica sobre el origen de las líneas de Nazca:

Nazca

Quién escogió el lugar

Quien el paisaje.

Quién arañó el desierto

Quién la montaña…

Qué caprichos engañan

a la mente.

Qué preguntas hacer,

cuál el camino.

Donde quedó

la marca de tu freno.

Dónde se ve

la huella de tu arranque.

Donde surgió

el dibujo que los llora.

¿Dónde está la tristeza?

¿Quién añora?

Pista de Nazca:

tu misterio es triste

porque es absurdo

preguntar sin esperanza

y es loco imaginar

la lejanía.

Rozar la superficie

planetaria

es viajar en el tiempo

o en la nada.

Es arranque o llegada

de una estrella.

Es huella

que se deja

y no se borra.

¡Cual pregunta

que acosa sin respuesta!

¡Como indicio seguro

o como lágrima!

         Fin de la transcripción. El jefe y amigo don Pedro escribió el poema en cualquier papel a la mano, a bordo del singular tren especialmente habilitado para el grupo mexicano y varios invitados locales. Al regreso, ya de noche, como fin de fiesta cultural pudimos observar en el cielo peruano el impresionante espectáculo de la Vía Láctea. Si días antes el viaje México-Lima se había demorado varias horas, el de retorno se retrasó hasta el día siguiente.