Conferencia de la historiadora Nora Ricalde

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  • Mujeres vestidas de guerreros, las últimas víctimas de Cortés
  • Por Norma L. Vázquez Alanís

RedFinancieraMX

(Segunda de dos partes)

En España hubo mujeres que ensancharon geográficamente el horizonte cuando vinieron a conquistar y colonizar los territorios en América, y mientras algunas seguían a los esposos y traían a sus familias, otras huían de una España donde la posición del sector femenino empezaba a tomar otro cariz tras la muerte de Isabel la Católica, dijo Nora Ricalde, maestra en Humanidades por la Universidad Anáhuac.

En el ciclo de conferencias que con motivo de los 500 años de la llegada de los españoles a Tenochtitlan organizó el Centro Carso de Estudios de Historia de México, la investigadora presentó el tema “Las mujeres en la Conquista”, de las cuales algo se sabe, porque cronistas como Bernal Díaz del Castillo, Francisco Cervantes de Salazar y Diego Muñoz Camargo, las citaron brevemente en sus textos, dijo la especialista.

Entre las españolas que llegaron a América las hubo como la Aldonza del Quijote, además de damas educadas que cultivaban las letras, austeras y responsables que entendieron el importante papel de la educadora y querían ser maestras aquí, pero también las había frívolas que sólo buscaban ricos maridos o piadosas que dejaban los recoletos monasterios hispanos para traer a este lado del Atlántico la vocación religiosa.

Las conquistadoras, mujeres aguerridas

De las mujeres que había en el ejército de Hernán Cortés, la mayoría eran antiguas pobladoras de las Antillas que quisieron dejar su lugar pasivo en la sociedad para embarcarse en la lucha e invasión de nuevas tierras, y sólo fueron identificadas unas cuantas, explicó la ponente, quien es doctora en Historia y Artes por la Universidad de Granada, España.

Bernal Díaz del Castillo documentó a siete mujeres en su mención del banquete de Coyoacán después de la caída de Tenochtitlan, entre ellas la vieja María de Estrada que después se casó con Pedro Sánchez Farfán; Francisca de Ordaz que se casó con un soldado que se decía Juan González de León, y Beatriz Bermúdez de Velasco, ‘la Bermuda’, que se casó con Francisco Olmos del Portillo, el de México, y que decían era muy guapa.       

Las otras fueron Fulana Gómez, mujer de Benito de Vergel; una señora muy hermosa que se casó con un Hernán Martín y que vino a vivir a Oaxaca; otra vieja que se decía Isabel Rodríguez, una más algo anciana que se decía María Hernández, mujer que fue de Juan de Cáceres, el rico, “y de otras ya no me acuerdo que las hubiese en la Nueva España”, escribió Bernal, quien cita que cinco mujeres de Castilla murieron en la batalla de Otumba porque estaban con el ejército, así que no participaron en el sitio.

Manuel Orozco y Berra refirió a otras más, que son Beatriz de Palacio, Juana Martín, Beatriz Fernández, María de Vera, Elvira Hernández y Beatriz de Ordaz.

Los cronistas coinciden en que María de Estrada era una mujer famosa por su valor y hechos heroicos; Muñoz Camargo señala que ella peleó con armadura, a lanza y a caballo como si fuera uno de los hombres más valerosos del mundo; luego apunta que en la llamada Noche Triste también se mostró en lucha valerosa con una espada y una rodela en las manos, y peleó con tanta furia y ánimo que excedía el esfuerzo de cualquier varón “y a los propios nuestros les ponía espanto cómo peleaba”. Bernal la menciona mucho y la tenía en alta estima.

En el ejército de Pánfilo de Narváez estaban Francisca de Ordaz y una Beatriz de Ordaz que no se sabe si eran parientes o hermanas, y cuentan los cronistas que, asomadas a una ventana (Narváez estaba preso y los suyos rendidos sin armas), increparon a sus compañeros: “Bellacos, dominicos, cobardes, apocados que más debíais de traer ruedas que espadas, buena cuenta habéis dado de vosotros, pero por esta cruz juramos que hemos de dar nuestros cuerpos delante de vosotros a los criados de estos que os han vencido, y mal haya las mujeres que vinieron con tales hombres”.

Bernal Díaz relata que Isabel Rodríguez se distinguió por la manera que curaba a soldados heridos y Francisco Cervantes de Salazar describe que “una mujer española que se decía Isabel Rodríguez, lo mejor que ella podía les ataba las heridas y se las santiguaba en el nombre del padre, del hijo y del espíritu santo y les decía ‘un solo Dios verdadero te cura y te sana’, y acontecía que aunque tuvieran traspasados los muslos, al día siguiente ya estaban sanos para pelear”.

Beatriz Bermúdez de Velasco, de noble linaje, “cuando vio a los españoles con indios amigos todos revueltos que venían huyendo, salió a ellos en medio de la calzada con una rodela de ellos y una espada española y con una celada en la cabeza, armado el cuerpo, les dijo: vergüenza, vergüenza españoles qué es esto que vengáis huyendo de una gente a la que tantas veces habéis vencido, volved a socorrer a vuestros compañeros que quedan peleando, haciendo lo que deben y si no, por Dios os prometo no dejar pasar a hombres de vosotros que no les mate, así se les paró enfrente y les desafió: los voy a matar si no regresan a ayudar a sus compañeros, que la gente que viene huyendo merece morir a manos de una mujer flaca como yo”. Avergonzó a los españoles lo suficiente para que se dieran vuelta y regresaran a ayudar a sus compañeros; así, los españoles vencieron a los enemigos, consignan las crónicas.

De los más o menos 1,822 conquistadores que hubo durante el periodo 1519-21, están documentadas entre 24 y 26 mujeres cuyos roles típicos fueron apoyar a los hombres en el ejército, darles de comer, curar a los heridos, participar en las batallas de conquista y motivar a los españoles a no dejarse vencer por los indígenas. Los españoles no vinieron solos, las mujeres apoyaron todas las labores de conquista, dejaron sus tierras porque aquí tenían más opciones de crecimiento, eran ambiciosas y aventureras, dijo la doctora Ricalde.

Las nativas en la conquista

Por su parte, las mujeres mesoamericanas de la conquista se dividen en tres grupos: las indígenas aliadas, las que estaban al servicio del ejército y las que ayudaron apoyando a la resistencia. Muchas de las aliadas fueron regaladas a Cortés, 20 en Tabasco entre las que estaba la Malinche, ocho en Zempoala, cinco en Tlaxcala y tres en Tenochtitlan. Son cifras aproximadas, porque seguramente le reglaron muchas más, comentó la conferencista.

Estas mujeres eran dadas a Cortés porque en la sociedad mexica había la mentalidad de que los matrimonios poligámicos tenían como función establecer linajes y alianzas, y lo primero que querían los indígenas era hacer un pacto con los conquistadores.

Luego estaban las mujeres al servicio del ejército de Cortés y también de los guerreros aliados. Estas fueron donadas en el camino hacia el altiplano y eran muchas, pues había que atender a todo el ejército español y a los aliados, aunque estos tenían sus propias sirvientas. La más importante de las mujeres del linaje fue doña Marina, hija de caciques y grandes señores, excelente mujer y buena lengua.

Las del tercer grupo eran las que hicieron la defensa heroica de la gran Tenochtitlan. Yacotzin, de Texcoco, se resistió a integrarse a los españoles de la conquista y fue una mujer la que al ver a los españoles y aliados huir en la Noche Triste, gritó para dar aviso.

Durante el sitio, las mujeres hicieron muchas funciones, alimentaban, curaban heridos y participaban en la batalla con piedras y hondas; cuando ya habían muerto casi todos los soldados, Cuauhtémoc las vistió de hombres y las puso en el techo para que los españoles se asustaran y pensaran que aún quedaban guerreros, pero las descubrieron y mataron, concluyó la doctora Ricalde, quien pertenece a Real Academia Hispanoamericana de Ciencias, Artes y Letras correspondiente a la de Cádiz.