- De Octavio Raziel
- Sodoma
RedFinancieraMX
“¿Chi sono io per giudicare?”: Franciscus PP
Sodoma y Gomorra son modernos sitios católicos donde Lucifer ha planteado sus reales. En el primero, el lobby gay es el círculo de la lujuria al más alto nivel en el que están involucrados, desde cardenales, arzobispos, obispos y curas de todo nivel.
El libro “Sodoma”, poder y escándalo en el Vaticano (630 pp) de Fréderic Martel, es una investigación realizada en cinco años en más de 30 países. Fueron 1,500 entrevistas a 41 cardenales, 52 obispos y monsignori, 45 nuncios apostólicos, secretarios de nunciaturas o embajadores extranjeros y más de doscientos sacerdotes católicos y seminaristas; además de guardias suizos y feligreses.
Sin anticlericalismo, el libro analiza los cinco principales perfiles de prelados homosexuales: la “virgen loca”, el “esposo infernal”, el modelo de “la loca por amor”; el “Don Juan pipé” y, finalmente, el modelo “cardenal Montgolfiera”.
En el primer caso, hay una mezcla de ascetismo y de sublimación, en tanto que el segundo, el religioso vive entre el pecado y el arrepentimiento. La loca por amor, construye sus relaciones sobre la base de la duración y de una doble vida en un “perpetuo equilibrio entre los chicos cuya belleza les condena y Dios, cuya bondad les absuelve. El modelo Don Juan va tras los hombres “cortesanos”, en tanto que el modeloCardenal Montgolfiera, lo más alto de la perversión, como la del cardenal latinoamericano Alfonso Pérez Trujillo, que representa una de las páginas más negras del gaissismo Vaticano.
La mayoría de esos sacerdotes no viven el “amor ordinario”, su vida sexual puede ser reprimida o exagerada, encubierta o disoluta; y, en ocasiones, todo a la vez, pero raramente banal. Hay, en la iglesia depredadores sexuales como el padre Marcíal Maciel, que escapan a cualquier clasificación objetiva, protegido de los secretarios de Juan Pablo II, Ángelo Sodano, el miedo con olor a azufre y Stanislaw Dziwisz, el homosexual más poderoso de la Santa Sede por muchos años.
En México, entrevistó desde cardenales hasta curas con una doble moral, la esquizofrenia, la doctrina y los escándalos, que por momentos pareciera no importaron a nadie. Los Legionarios de Cristo no escaparon al libro.
El volumen revela la existencia de una camarilla gay del 80% de la población vaticana, y que viene desde el papado de Paulo VI (a quien se incluyó en ese grupo) que vive una doble moral. Condena el homosexualismo, el matrimonio entre parejas del mismo sexo y practica al mismo tiempo el gaissismo con orgias, prostitución y depravación innombrable. Han sido cómplices de regímenes fascistas que torturan y matan, mientras que protegen a curas pederastas y violadores de niñas. Con el ellos estuvo el cardenal Paúl Marcinkus, sicario al servicio romano y a quien se le atribuye, sin comprobar, el asesinato de Juan Pablo I.
Con el papado de Juan Pablo II, y su segundo S. Dziwisz, se inició el descenso al Infierno. Persiguió a la iglesia de los pobres, ignoró o defendió a curas pederastas; se olvidó de que la Iglesia de Cristo es para los pobres, los marginados y los desposeídos.
Le siguió Benedicto XVI, sobre el que se acumularon denuncias de homosexualidad y escándalos que involucraban desde a su secretario particular G. Gänswein, su secretario de Estado, T. Bertone, incompetente vice papa y al subsecretario E. Belestrero, y de ahí para abajo, hasta los más lejanos rincones de la tierra.
Francisco, el rencoroso, el vengativo, el jesuita, ha congelado a los prelados que han estado involucrados en escándalos. Si bien advirtió sobre el tema: “¿Quién soy yo para juzgar?” evocó en un discurso las “quince enfermedades curiales”: la esquizofrenia existencial, los cortesanos que “asesinan a sangre fría” la reputación de sus colegas cardenales; el “terrorismo de las habladurías” y esos prelados que “se crean un mundo paralelo, donde dejan de lado todo lo que enseñan con severidad a los demás y empiezan a vivir una vida oculta y, a menudo, disoluta”, entre otras. ¿Se puede ser más claro?
Nombres de representantes de todos los niveles involucrados en asesinatos de sacerdotes o militantes sociales; enriquecimiento enorme, y otros actos delincuenciales sacan a la luz el miasma en que está inmerso el Vaticano. Muchos de ellos fueron contagiados de VIH, considerado, en su tiempo, la venganza del armario.
Dedicaré sólo unas líneas a Gomorra.
En el Vaticano, los transexuales, prácticamente no existen y los bisexuales no son significativos. En la Santa Sede el mundo LGTB-Q responde solo al G. El lesbianismo está en los conventos y no representa, hasta donde se sabe, un problema grave.
Está también la pederastia, en la que intervienen desde arzobispos hasta sacerdotes de pueblo, y en la mayoría, protegidos por el Vaticano (léase, Juan Pablo II) y el abuso o violación de pequeñas, delitos también solapados por las altas jerarquías. Esta mañana leí un reportaje en The New York Times sobre el documental “No le digas a nadie” que expone el cara a cara de mujeres polacas que se enfrentaron a sacerdotes que abusaron de ellas cuando eran niñas. El documental, de dos horas, no pude soportarlo, estuve a punto de vomitar antes de diez minutos.
La Iglesia católica sobrevivió casi 2,000 años. San Compadre recomendaría, no para restaurarla, sólo para mantenerla a flote algunas décadas más: desarticular el lobby gay –misión casi imposible-, acabar con el celibato y admitir el matrimonio de los curas; aceptar las parejas de divorciados, los anticonceptivos, elevar a las mujeres a sacerdotisas (como María Magdalena, la Apóstola de los apóstoles) y reconocer que existen seres humanos con preferencias sexuales diferentes (LGTB-Q).
Da la impresión que la antigua feligresía es feliz sin Dios.
La Iglesia católica es un Titanic que se está hundiendo mientras la orquesta sigue tocando.