Textos en libertad

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  • Los mayas de Yucatán y la defensa de su autonomía
  • Por José Antonio Aspiros Villagómez

RedFinanciera

A la memoria de mi sobrino político

Roque Alfredo Osornio Ríos (1976-2024), hijo, esposo

 

y padre ejemplar, y brillante doctor en mecatrónica

 

de la UAQ, con un Premio Nacional de Ciencias.

 

QEPD

 

 

(Segunda de dos partes)

 

         Que Mérida, la capital de Yucatán, se está sobrepoblando porque “llegan personas de otros estados en busca de mejores opciones de vida”, lo leímos en el portal de noticias Por Esto! durante nuestra reciente estancia en esa ciudad.

 

Ahí les dicen “huaches” a quienes arriban procedentes de entidades allende la península, y que sumaron más de cien mil entre 2015 y 2020 según datos del Inegi, mientras la Wikipedia explica que, “dependiendo del contexto y la forma de utilizarse, (esa palabra, huache) puede llegar a ser ofensiva y xenófoba”.

 

Y no sabemos cómo llaman los emeritenses a los nativos mayas que también llegan a la ciudad “ya sea por necesidad o por decisión”, según informaciones de El Gran Museo del Mundo Maya de Mérida que recorrimos en ese viaje a la península. También se han trasladado a Cancún o San Francisco, California, “donde se dedican a labores diferentes, enfrentan nuevas condiciones de vida y conviven con las múltiples culturas, lenguas y formas de pensar de otras sociedades”.

 

En tal virtud han abandonado el campo, por lo que son “urgentes las iniciativas para controlar esas tendencias”, como dicen las cédulas explicativas de ese museo inaugurado en 2012.

 

Indican también que los mayas peninsulares fueron “producto de numerosas migraciones y mezclas que datan de tiempos remotos”, pues durante los casi tres mil años de su historia “se han mezclado con otros pueblos”, si bien su “tipo físico… es aún claramente distinguible”.

 

Nos quedó claro, además, que ninguna de esas migraciones llegó procedente de Egipto o de una de las tribus perdidas de Israel como sugirieron en el siglo XIX algunos autores extranjeros en sus libros, o los conquistadores que llamaron Gran Cairo a la primera población que vieron desde su barco, según leímos en otra fuente consultada.

 

En las cédulas se expresa que el Mayab es solamente la región peninsular, aunque los diversos grupos de mayas se establecieron en los territorios que hoy alojan a Yucatán, Quintana Roo, Campeche, Chiapas, Tabasco, Belice, Guatemala y parte de Honduras, además de una región “geográficamente aislada pero culturalmente hermanada: la tierra de los huastecos que habitan entre San Luis Potosí y Veracruz”.

 

         Aparte de que “el Mayab también está definido por su dimensión humana: luego de más de tres mil años de ocupación ininterrumpida, los mayas han dejado una huella imborrable en el paisaje, merced a su actividad agrícola y su incesante tránsito por la región”. Y más recientemente, por la riqueza que representaron el algodón y el henequén, pese a su triste relato de los peones endeudados de por vida con los patrones, y obligados a comprar en las tiendas de raya.

 

         En la información del museo, se combate el mito de que los mayas “desaparecieron” como a muchos nos dijeron en la escuela. Eso es falso, sostiene esa narrativa; “están aquí”, y “hoy casi el 30 por ciento de la población de Yucatán habla maya yucateco, el idioma indígena con mayor producción escrita en el país”.

 

         La antigua cultura maya también escribía; lo hacía con símbolos y figuras en estelas, edificios y códices como lo descubrieron algunos viajeros y exploradores extranjeros en el siglo XIX, y después los arqueólogos, aunque lamentablemente mucho de aquello, o fue destruido durante la conquista, o expoliado y ahora se encuentra en Europa.

 

         Pero gracias a lo que ha sido rescatado y estudiado, se sabe que aquellos mayas tuvieron avanzados conocimientos científicos, particularmente en astronomía y aritmética, y “aplicaciones prácticas en ingeniería, geología y geometría”, siempre según las ya citadas cédulas. También fueron grandes artistas que con destreza “construyeron templos y palacios, esculpieron monumentos en piedra y estuco, y pintaron murales, libros y vasijas”, además de sus expresiones musicales y dancísticas.

 

         Sin renunciar a su independencia, “interactuaron con otras culturas en aspectos políticos, económicos y culturales” y tuvieron “un papel preponderante en el sistema económico mesoamericano”. Su organización política y social fue avanzada, sus jerarquías bien definidas, su economía sólida y, para romper otro mito que se mantuvo hasta mediados del siglo XX, el de que eran “una sociedad pacífica”, el museo nos recuerda que también fueron guerreros y sacrificaban a sus prisioneros.

 

         Durante la Conquista, “pese a los intentos de borrar su memoria, los mayas volvieron a escribir los saberes conservados de forma oral”, y con caracteres latinos elaboraron manuscritos conocidos con el nombre genérico de Libros del Chilam Balam, a los que se agregaron los patronímicos de cada pueblo donde fueron encontrados; tal vez el más famoso sea el de Chumayel.

 

         La Conquista no fue fácil, sino “una empresa ardua y prolongada”, pues la rebeldía maya ha sido permanente. Para evitar ser sometidos huyeron a lugares fuera del control español (30 mil emigraron a “zonas recónditas” en 1654), y se insubordinaron varias veces, una de ellas encabezados por la lideresa María Uicab, quien inclusive fue su reina y sacerdotisa.

 

         Es muy sabido que la llamada Guerra de Castas entre 1847 y 1901 postró a la península por mucho tiempo, como lo analiza en un libro de su autoría el investigador Francisco José Paoli Bolio. Fue un conflicto traumático, “terrible y legendario para la conciencia colectiva de los yucatecos,”, y “poco difundido por los historiadores de México por un largo tiempo”.

 

Según el análisis de este autor de La Guerra de Castas en Yucatán (Editorial Dante, primera edición, 2017), ese levantamiento fue “la prolongación de muchas rebeliones que los mayas de las tierras bajas protagonizaron por tres siglos a partir de la conquista y colonización de Yucatán”.

 

         Una colonización que se consumó -dicen las cédulas ya referidas- debido a “la superioridad del armamento hispano, los conflictos entre linajes mayas y la drástica caída de la población debido a sequías, plagas, hambrunas y graves epidemias”. Pero eso no impidió que entre los siglos XVI y XVIII se hubieran producido 14 rebeliones, tal vez la más conocida encabezada por Jacinto Canek en 1761.

 

         La conquista espiritual encontró igualmente resistencia, ya que “los mayas mantuvieron su visión del mundo, fundada en una concepción cíclica del tiempo y un estrecho vínculo con la naturaleza, y muchos de sus rituales persisten mezclados con las nuevas concepciones religiosas”.

 

         Por cierto, cuando los frailes españoles vieron que los mayas tenían devoción por una cruz verde, “pensaron (que) había un culto antiguo a esa imagen cristiana”, cuando en realidad se trataba de “una tradición ancestral ligada al eje cósmico y las esquinas de la tierra, que son sostenidas por ceibas”. Las ceibas son árboles sagrados para el pensamiento maya, a tal grado que la tradición, ya fundida con la fe católica, “todavía permanece, indeleble, en el corazón de los mayas yucatecos”. Esa cruz también la encontramos en la espectacular loza que cubre la tumba de Pakal en el Templo de las Inscripciones de Chichén Itzá.

 

         Estas grandes pinceladas dan un pálido esbozo de lo que fue esa civilización, cuyo estudio ha llenado miles de páginas en cientos de libros, ensayos y trabajos académicos, más los artículos de divulgación periodística -unos muy serios y otros de corte popular- que han sido difundidos desde que el polémico fray Diego de Landa se convirtió en “iniciador de los estudios mayistas” gracias a su libro Relación de las cosas de Yucatán, según refiere Alfredo Barrera Rubio en su obra En busca de los antiguos mayas (Editorial Dante, segunda edición, 2020).

 

         Hoy día, sostiene también El Gran Museo del Mundo Maya de Mérida, “cerca de seis millones de personas integran este pueblo de pueblos, heredero de una gran tradición que recrea cotidianamente su identidad incorporando nuevas formas de entender el mundo”.

 

         Por cierto, y por último, según escribió un personaje llamado Antonio de Ciudad Real a finales del siglo XVI, el nombre de la región se lo puso un “caudillo y principal” que encabezaba a los españoles cuando preguntó a los mayas cómo se llamaban, y éstos le contestaron “Vic Athan” (“¿qué dices, o qué hablas, que no te entendemos?”), pero él oyó “Yuc Atán” y entonces “dijo y mandó que asentasen que se llamaba Yucatán”.

 

         Postdata.- Las instalaciones del Fondo de Cultura Económica (FCE) serán sede el próximo 9 de noviembre, del Día Internacional de la Corrección de Estilo que organiza cada año desde 2007 la Asociación Mexicana de Profesionales de la Edición (PEAC), gracias a su tenaz directora, maestra Ana Lilia Arias. Las actividades para recordar en su aniversario al patrono de los correctores, el humanista Erasmo de Róterdam, serán presenciales y virtuales, y en el primer caso habrá una visita guiada a la biblioteca del FCE. Un participante en los conversatorios, será nuestro estimado colega periodista Jorge Meléndez Preciado.

 

José Antonio Aspiros Villagómez

Licenciado en Periodismo

Cédula profesional 8116108 SEP

antonio.aspiros@gmail.com