Crónica de una ciudad sin combustible

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  • Por Ángel Eduardo Santillán Mora
  • Reversos
  • The Exodo

RedFinancieraMX

 

El miércoles 9 de enero del 2019 será recordado como el día en que la Ciudad de México se quedó sin combustible. Lo impensado ocurrió. Tal parece que es una venganza de la misma que por tantos años la ha manchado de dióxido de carbono.

Escenas de películas de Hollywood se habían trasladado a la ciudad, la misma que todo lo ha visto. No le pueden contar nada.

El presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, se pronunció desde las primeras horas de la mañana y pidió a la ciudadanía no hacer compras de pánico ante la lenta distribución de combustible. Sostuvo que el abastecimiento se normalizaría “lo más pronto posible”.

Desde muy temprano salí de casa para dirigirme a mi trabajo y observé que la Ciudad de México se despertó con la consigna del desabasto de gasolina. En los principales medios de circulación nacional se podía leer: “Crisis”, “No hay gasolina”, “Pánico por desabasto llegó a la CDMX”, “Se agudiza el desabasto y llegó a la Valle de México”, las cuales eran leídas con pánico por la gente que transitaba por ahí.

 

Los medios de comunicación generaban miedo en la sociedad, por lo que las personas optaron desde una noche anterior llenar su tanque de gasolina para no quedarse sin el combustible. En la ciudad fecundaba un silencio extraño. El desabasto había provocado que los chilangos hicieran filas de hasta un kilómetro para abastecerse.

 

Tomé el Metro en la estación Miguel Ángel de Quevedo. Mi destino era Balbuena, tal como lo hago todos los días. Noto que los daños que ha provocado la gasolina en la superficie de nuestra ciudad es evidente. Los usuarios recurrentes del Metro se burlarían de los miles de automovilistas que, desesperados, buscaban una gasolinera abierta. Justo al lado de mí, unas personas susurraban sobre el tema.

Por la tarde, en el recorrido por distintas gasolineras de la Ciudad de México, la histeria y la cultura del mexicano renacía, la misma que con el puño en alto unos meses atrás se comportaba culta y educada. Ahora esa señal era significado de la obtención de unos litros de combustible.

 

Eran las 3:23 de la tarde. El día estaba soleado, casi mortífero. La gasolinera de Marina Nacional, esquina con Laguna de San Cristóbal, lucía como nunca. A la fila  llegaban Fords, Nissan Toyotas, Chevrolet, lo cual provocaba que la cola se prolongara hasta dos kilómetros. Los usuarios esperaban hasta una hora para llenar su tanque.

 

Mientras las personas esperaban, los vendedores de golosinas y de chatarras hacían su agosto. A un costado de la gasolinera, un Chevy azul se estacionó y abrió su cajuela para vender garrafones.

 

Ramiro, de camisa a cuadros, pantalón de mezclilla, que acompañaba con botas picudas vino desde el Estado de México para vender su mercancía. En el lugar gritaba: “¡Pásele! ¡Pásele! ¿Cuántos botes necesita? ¡Cuántos! ¡Cuántos!” El producto se vendía como pan caliente.

 

Por su parte, En la gasolinera de Torres Adalid, en la Colonia del Valle, las largas filas llegaban hasta la calle Heriberto Frías, mientras los automovilistas hacían ruido con sus cláxones porque el abastecimiento era lento.