- Por Norma L. Vázquez Alanís
RedFinanciera
(Segunda de dos partes)
Con el interesante tema ‘El arte de hacer un libro en Nueva España’, Marta Elena Romero Martínez, la primera mexicana en obtener el doctorado en Historia de la Encuadernación por la University of Arts London, Camberwell College of Arts, habló acerca del proceso de encuadernación y cómo se llevaba a cabo en la Nueva España, durante el ciclo de conferencias Historia del libro en Nueva España, organizado por el Centro de Estudios de Historia de México (CEHM) Fundación Carlos Slim, la Universidad Iberoamericana Ciudad de México y el Instituto de Investigaciones Filológicas de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).
La especialista hizo un recuento de los pasos para llevar a cabo la encuadernación en Nueva España, a donde los libros traídos de Europa venían sin una cubierta y había que empastarlos, e indicó que durante el primer siglo de encuadernación aquí era también un periodo de búsqueda de técnicas y de imitación de las utilizadas en los volúmenes que llegaban ya encuadernados de ese continente.
El proceso comenzaba con el batido para que los pliegos se compactaran después de su paso por la imprenta, donde los golpes de prensa se quedaban marcados; entonces se trataba de compactarlo y homogeneizarlo para dar paso a un cuerpo más estandarizado, lo cual se hacía con un martillito en forma de campana, generalmente de metal, y a veces con una piedra llamada “de batir”, y también podía ser un taco de madera firme.
Después se procedía a la colocación de las guardas (hojas dobladas por la mitad, que unen libro y tapas) y aunque podría pensarse que este era un paso muy sencillo, los investigadores han encontrado 16 sistemas de guarda; eran modalidades para la colocación de éstas. En ese tiempo el cuadernillo se representaba con líneas gruesas, las líneas delgadas eran las guardas o sistemas de guardas y la línea que lo atraviesa representaba la costura. Si nos ponemos a pensar que hoy en día la guarda va pegada sobre el cuerpo del libro, dijo la especialista, pues todas estas formas para la colocación de las guardas revelan que se experimentaba en este campo.
Manos femeninas en el proceso
Una vez colocadas las guardas se procedía a la costura, uno de los pasos más lentos y por tanto de los que consumían más dinero en el proceso de una encuadernación, indicó la doctora Romero Martínez y dijo que las ilustraciones referentes a este proceso muestran a mujeres haciendo esa labor, pero no se sabe bien en qué momento entraron en el oficio y en la Nueva España menos, pero es conocido que las actividades que llevaban costura como es este paso o el tejido de las cabezadas podían estar en manos de la mujer.
Agregó la historiadora que no descarta que las mujeres supieran también el oficio de la encuadernación cuando había impresoras en Nueva España que heredaban el oficio del marido totalmente como él lo ejercía y algunos de los impresores novohispanos también fueron encuadernadores. El caso más conocido es el de Pedro Valle.
Encuadernación, un trámite complejo
Explicó la conferenciante que dependiendo del tipo de costura que se ejecutara, se llevaría más o menos tiempo. Por ejemplo, la denominada costura empacada unía los cuadernillos con hilos seguidos uno al otro, entonces el encuadernador daba la vuelta a cada uno de los soportes de costura para hacerla robusta, pero esto consumía mucho tiempo e influía en el costo del trabajo, por lo cual empezaron a buscar maneras de obtener esta misma corpulencia, pero más rápido y así nacieron las costuras alternadas o con libramiento. De acuerdo con las características del volumen, el encuadernador elegía cuál sería la mejor manera de coser más rápido el libro sin perder el funcionamiento estructural de la encuadernación.
En cuanto al refinado de los cantos, que era el paso siguiente de la costura, la doctora Romero Martínez detalló que con esta actividad se pretendía emparejar los cantos de los libros para tener una superficie plana y darle un mejor acabado al volumen, para ello se utilizaba un aparato denominado “ingenio”, que se introdujo en Europa en el siglo XV, aunque en la Nueva España no se sabe a partir de cuándo comenzó a usarse, pero ya hay evidencia en los libros novohispanos del siglo XVI de la huella dejada por el “ingenio”, que consistía en una cuchilla para cortar los cantos de una manera precisa. El aparato no tuvo modificaciones a lo largo del tiempo, más bien cambió la postura del cortador del canto para realizar el trabajo y al parecer en el siglo XIX encontraron una postura más cómoda para hacerlo.
Una vez que los cantos ya eran una superficie pareja se podía proceder a su decoración, casi siempre con una esponja para dejar una apariencia jaspeada, si es que se quería hacerlo porque obviamente este paso tenía un reflejo en el costo del libro; los encuadernadores novohispanos siempre estuvieron buscando la manera de abaratar los costos en los procesos, así como acortar los tiempos de ejecución, sin sacrificar la solidez y la funcionalidad de las estructuras, comentó la doctora Romero Martínez.
El proceso continuaba con el endose, cuya función era controlar el movimiento de los cuadernillos, además de servir como elemento de unión entre la cartera o cubierta y el cuerpo del libro; en el caso de los endoses que llevan a la cabeza y al pie es también un refuerzo para poder anclar la cabezada, una pieza tejida en cada uno de los cuadernillos hasta formar el tejido completo con el lomo del cuerpo del libro que llevaba mucho tiempo en su elaboración. Hoy en día la cabezada tiene un cometido más estético que funcional como pasaba en los libros más antiguos, porque la cabezada tejida daba resistencia y continuidad a la costura en la cabeza y el pie del libro.
Se robaban los archivos
El último paso era la colocación de las tapas y el forro de las encuadernaciones; la especialista apuntó que el cartón para las pastas se introdujo durante el siglo XVI y por eso en Nueva España los primeros impresos están encuadernados en tapas de madera, que ya prácticamente en Europa estaban en desuso. En el siglo XVII todo indica que el encuadernador era también el librero.
La doctora Romero Martínez detalló que los tipos de encuadernación que se tuvieron en Nueva España fueron básicamente la de archivo, la flexible en pergamino, las encuadernaciones enteras en piel y las que se hicieron para los libros de caja; cada una de ellas tiene su evolución y su propia historia. Las que abundan son las encuadernaciones en pergamino flexible, porque fueron una herencia que Nueva España tomó de Europa, donde éstas eran de uso continuo, digamos que era la encuadernación rústica de la época.
Respecto a los materiales que se usaban, señaló que además del papel blanco se empleaban papeles impresos que vinieran de algún otro libro, así como hojas que eran basura de imprenta, con el fin de que las encuadernaciones pudieran venderse a un menor costo por tener un papel que no era totalmente blanco. En mis investigaciones -dijo- encontré por ahí en el siglo XVIII una notita que decía “dejen de robarse los archivos para venderlos como papel usado”.
Obviamente el papel usado tenía un menor costo en el mercado que el papel blanco, no solamente en el siglo XVIII sino durante toda la época colonial porque precisamente, sobre todo en los primeros años, era un material importado y de alto costo; como Nueva España no tenía suficiente, pues entonces se echaba mano de lo que había disponible. Esta práctica se retomó de lo que se hacía en Europa, pero aquí tenía mucho más sentido pensando en que estaba más alejada del suministro de los materiales, concluyó la doctora Romero Martínez.