Los bibliotecarios de la Colonia sentaron precedentes para los actuales

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  • Por Norma L. Vázquez Alanís

 

RedFinanciera

 

(Segunda de dos partes)

 

La doctora en Letras Verónica de León Ham, participó en el ciclo de conferencias Historia del libro en Nueva España, organizado por el Centro de Estudios de Historia de México (CEHM) Fundación Carlos Slim, la Universidad Iberoamericana Ciudad de México y el Instituto de Investigaciones Filológicas de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), con el tema del bibliotecario en la Nueva España.

 

La ponente comentó sobre la labor de la persona encargada de resguardar la biblioteca, quien debía evitar el hurto de algún ejemplar, para lo cual aplicaba a los cantos de los libros la marca de fuego de la institución a la cual pertenecía la biblioteca; esta era una función imprescindible del bibliotecario y un requisito forzoso en la custodia de los ejemplares e incluso era de las primeras acciones que realizaba cuando una obra ingresaba al acervo.

 

Otro de los cometidos primordiales de los bibliotecarios novohispanos era la revisión de la lista de libros prohibidos y los decretos emitidos por la Inquisición de México para estar al día sobre aquellos volúmenes que habían sido declarados prohibidos o perniciosos para la fe.

 

El objetivo era prohibir y prevenir en su totalidad o parcialmente la lectura de determinados autores y obras cuyo contenido fuera ofensivo, inmoral o atentara contra las creencias católicas; el bibliotecario revisaba los libros que se recibían o los que estaban por ingresar a la biblioteca, hacia el expurgo y lo manifestaba en las primeras hojas de la obra.

 

La prohibición y los decretos emanados de la Inquisición tomaban en cuenta cinco rubros principales: las obras contrarias a la fe católica romana escritas por herejes; las de nigromancia, astrología o que fomentaran la superstición; las que trataran cosas lascivas de amores o contra las buenas costumbres de la iglesia; las que estuvieran en contra de la buena reputación del prójimo, especialmente eclesiásticos, órdenes religiosas y príncipes, y las obras publicadas que no tuvieran nombre del autor, impresor, fecha o lugar de impresión.

 

El bibliotecario entregaba los libros al inquisidor y sólo él, junto con el tribual, tenía la autoridad para la quema de libros, indicó la doctora De León Ham.

 

Cualidades para ser bibliotecario en la Nueva España

 

En las obras del obispo Juan de Palafox y Mendoza se establecía que las características primordiales del bibliotecario debían ser la entereza y la virtud; ser varón docto, conocedor de las necesidades espirituales e intelectuales de su comunidad, convento, seminario o escuela, y sin importar el tipo de biblioteca de que se tratara, debía ser alguien que se gobernara con espíritu, seso y prudencia, de tal suerte que el bibliotecario tenía el poder en sus manos, pues influía sobre las voluntades porque tenía el privilegio de la palabra escrita y era quien estipulaba si una carta u obra espiritual o moral era permitida o no, es decir, era quien daba su fallo final en la trascendencia o no de la obra.

 

El texto de Palafox y Mendoza, quien también fue virrey, arzobispo de México, visitador general de la Nueva España, juez de residencia de tres virreyes, capitán general de todas las fuerzas militares, presidente de la Real Audiencia de México y creador de las constituciones de la Real y Pontificia Universidad de México, señalaba que estos hombres designados para velar por el resguardo de la biblioteca y del archivo tenían que custodiar con celo, en secreto y con fidelidad la información que la orden, el colegio o la institución dejaban a su cargo; era una tarea de gran magnitud ya que en sus manos estaba la preservación de la memoria de la comunidad.

 

El bibliotecario de la Nueva España, en su papel de guardián de los tesoros bibliográficos más preciados, se encargaba también de su control, consulta y preservación, de manera que debía ser una persona seria, ordenada y responsable, así como conocedora de las fuentes y las lenguas. “Gracias a ellos, hoy día las colecciones bibliográficas que hemos heredado de nuestro rico pasado colonial siguen al alcance de nuestras manos”, apuntó la doctora De León Ham.

 

Un hallazgo inesperado de la investigación El mundo en una sola mano, bibliotecarios novohispanos, fue que en las postrimerías de la Colonia, hubo en Puebla una librera o bibliotecaria llamada Ángela del Señor San José, quien tenía como labores el registro, la ordenación y el sellado de las obras, es decir, realizaba el inventario, permitía la consulta de los libros con previa licencia de los superiores y ponía las marcas de propiedad en cada volumen: el exlibris manuscrito, el sello y la marca de fuego. En ese tiempo, los oficios de cocinera, enfermera y bibliotecaria requerían de conocimientos especiales.

 

La biblioteca Palafoxiana

 

La Biblioteca Palafoxiana, una de las más emblemáticas de México no sólo por su belleza o su historia, sino por ser la primera biblioteca pública en América Latina y la única que conserva sus características originales como novohispana, está en la ciudad de Puebla y recibe este nombre debido a su creador el obispo Juan de Palafox y Mendoza, quien en 1646 donó su colección personal de libros y objetos a los colegios de San Pedro, San Pablo y San Juan Evangelista de la Angelópolis, con obras de diversos autores, ciencias y facultades de la sagrada teología, sacros cánones, leyes y filosofía, medicina y buenas letras, que constaba de cinco mil cuerpos de libros, poco más o menos, colocados en sus estantes.

 

En opinión del doctor en Derecho por la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, Rafael Sánchez Vázquez, la Palafoxiana fue “un antecedente importante para el desarrollo de los sistemas de clasificación de bibliotecas”. La persona encargada de inventariarla y catalogarla fue el licenciado Antonio de Torres y Tapia, quien dividió el acervo de la biblioteca de acuerdo con 26 temas específicos, que se incluían en diez grandes temas: religión, derecho, historia, oratoria, filosofía, gramática y vocabulario, literatura y poesía, humanidades y otros rubros, cuyos rótulos en latín puestos en el siglo XIX pueden verse aún hoy en día.

 

Cada uno de estos diez asuntos tiene sus subdivisiones hasta formar 26 temas, y por medio de estas clases se intentaba abarcar todo el saber que tiene que ver con el espíritu ilustrado que imperaba en las bibliotecas del siglo XVIII, explicó la ponente.

 

Después de este breve panorama, dijo la doctora De León  Ham, podemos concluir que el bibliotecario novohispano nos heredó el patrón documental proveniente del pasado colonial e imprimió en piedra su huella por el largo camino de la historia del libro en México; su amor por los libros y el cuidado que tuvo por su preservación son fieles testigos de la presencia de esta figura notable que puso orden en el conocimiento al interior de las bibliotecas y protegió el acervo que gurda inestimables tesoros.